lunes, febrero 28, 2011

La llegada de la modernidad (23)

El hereje y el cortesano de Matthew Stewart (p. 229)

"En febrero de 1686, un mes particularmente glacial, una tormenta de nieve azotó todo el centro de Alemania. Durante dos semanas enteras, el inquieto cortesano [Leibiz] se quedó clavado sin poder salir a la calle. Mientras fuera se amontonaba la nieve, él pudo al fin encontrar tiempo para dar respuesta a las eternas cuestiones. En el resultante Discurso de Metafísica, Leibniz expuso los principios centrales de su metafísica de madurez. Más tarde manifestó que solamente a partir de este momento se sintió satisfecho con su metafísica. Sus esfuerzos subsiguientes para refinar y expresar mejor sus pensamientos presentan una serie de interesantes cambios de tono y énfasis, pero no son sustanciales.

El Discurso nació con el objetivo explícito de hacer avanzar el proyecto de la unificación de las iglesias. En las Demostraciones católicas que había escrito en fecha tan temprana como 1671, Leibniz había anunciado su plan de establecer los fundamentos filosóficos de la religión de una iglesia unificada. Con el Discurso confiaba poder hacer finalmente realidad su promesa. Mientras trabajaba en su valioso manuscrito en su refugio al abrigo de la nieve, el filósofo tenía conscientemente en mente a un lector concreto: Antoine Arnauld, el decano de la teología parisina. Leibniz estaba seguro de que si podía conseguir la aprobación de Arnauld para su nueva filosofía, entonces esta sería aceptada tanto por los católicos como por los protestantes como la base de una gloriosa reunificación de las iglesias cristianas de Occidente.

Pero una lectura más atenta muestra que Leibniz tenía otra agenda, tal vez más profunda -y tal vez otro lector adicional-, en mente cuando escribía su Discurso. En la versión del texto que envió finalmente a Arnauld, y que desde entonces se considera la versión estándar, Leibniz describe su nueva filosofía, en el segundo párrafo del texto, como el antídoto de la opinión "que a mí me parece muy peligrosa y que es muy parecida a la de los últimos innovadores, cuya opinión es que la belleza del universo y la bondad que atribuimos a las obras de Dios no son más que las quimeras de hombres que piensan en él como en ellos mismos". Pero en la primera versión del texto, en la que sus censores internos tal vez sufrieron una recaída momentánea, en vez de la frase "los últimos innovadores" puede leerse simplemente "los spinozistas"."

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