lunes, febrero 14, 2011

La llegada de la modernidad (13)

El hereje y el cortesano de Matthew Stewart (p. 165)

"En el estridente mundo de la filosofía del siglo XVII, el problema de la relación entre la mente y el cuerpo no era una especie de rompecabezas verbal que pudiera relegarse fácimente a una clase de bachillerato. Para hombres como Descartes, Malebranche y Leibniz, resolver el problema mente-cuerpo era vital si querían preservar el orden teológico y político heredado de la Edad Media, y, más en general, para proteger a la autoestima humana frente a un universo cada vez más belicoso. Para Spinoza, era una manera de destruir este mismo orden y de descubrir un nuevo fundamento para la valía humana.

Por regla general, los filósofos abordan sus "problemas" de una entre dos maneras posibles. O bien construyen una teoría para "resolver" el problema tal como es; o bien corren un velo por encima del problema -es decir, niegan que en realidad exista un problema. Malebranche ofrece un buen ejemplo del primer enfoque con su respuesta ocasionalista al problema cartesiano mente-cuerpo. Spinoza ejemplifica el segundo enfoque en su respuesta al mismo. La respuesta de Spinoza al problema mente-cuerpo constituye una ruptura radical en la historia del pensamiento -del tipo que se da solamente cada milenio, o cada dos.

La premisa fundamental de la versión cartesiana del problema mente-cuerpo es que la mente es algo completamente distinto del cuerpo, o, dicho de una modo más general, que el hombre ocupa un lugar muy especial en la naturaleza. Esta idea, por supuesto, no era propia y exclusiva de Descartes, sino también de todos sus teológicos predecesores. Spinoza expresa esta premisa con una fórmula muy elegante:

Parecen ir hasta el punto de concebir al hombre en la naturaleza como un reino dentro de otro reino.

Es precisamente debido a que los cartesianos (y otros) conciben la mente como algo totalmente incompatible con el cuerpo, por lo que ven que es un "problema" tratar de explicar cómo interactúan entre sí -es decir, cómo puede un reino comunicarse con el otro.

Spinoza rechaza de plano la premisa. La mente, dice, no escapa a las leyes de la naturaleza. En su Breve Tratado sobre Dios, el Hombre y su Felicidad, que data aproximadamente del final de su periodo oscuro, proclama su convicción fundamental:

El hombre es una parte de la Naturaleza y tiene que seguir sus leyes, y sólo esta es la verdadera forma de rezar.

Solamente hay un reino en el mundo de Spinoza, el reino de Dios, o Naturaleza; y los seres humanos pertenecen a este reino de la misma forma que las piedras, los árboles y los gatos. Con esta simple proposición, Spinoza clava una estaca en el corazón mismo de dos milenios de religión y filosofía, que en casi todas sus formas habían adoptado como premisa básica que la existencia humana es especial y que habían colocado al hombre aparte del resto de la naturaleza."

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