viernes, febrero 18, 2011

La llegada de la modernidad (17)

El hereje y el cortesano de Matthew Stewart (p. 171)

"En el mismo momento en que la felicidad se convirtió en un asunto personal, también pasó a ser algo mucho más difícil de conseguir. En un mundo en el que Dios era un ser cada vez más remoto e indiferente, en el que la posición privilegiada de la humanidad en el orden de las cosas parecía estar amenazada, y en el que ningún individuo racional podía aceptar sin más las cosmogonías legadas por las distintas tradiciones teológicas, los seguros para la salvación no eran precisamente fáciles de obtener. Nadie, por supuesto, creía que Dios fuese más indiferente o los privilegios de la humanidad menos seguros que el propio Spinoza. La felicidad era, sin embargo, su mayor problema. Es decir, el mayor de los retos con que se enfrentaba Spinoza era el de explicar cómo ser feliz -y cómo comportarse moralmente, que en su opinión era lo mismo- en un mundo completamente secular. En su Tratado sobre la reforma del entendimiento, como sabemos, Spinoza afirma que el único objetivo de su filosofía es adquirir una "felicidad suprema, continua e imperecedera". En su Ética afirma que esto es precisamente lo que ha hecho.

Felicidad es libertad, dice Spinoza. La felicidad se obtiene cuando actuamos de acuerdo con nuestra naturaleza más profunda -cuando nos "realizamos", por así decir. Lamentablemente, nosotros los humanos raramente tenemos el privilegio de actuar de acuerdo con nuestra naturaleza más profunda, pues en nuestra ignorancia de nosotros mismos y del mundo, nos sometemos al influjo de fuerzas que están más allá de nuestro control. La humanidad se ve zarandeada en un mar de emociones, brama el filósofo; nos debatimos en un caos de miedos y esperanzas, alegrías y desesperación, amor y odio; nos vemos arrastrados a una carrera aleatoria cuyo único destino cierto es la eventual infelicidad. La mayoría de la gente, la mayoría del tiempo, concluye Spinoza, permanece pasiva. Pero el objetivo de la vida es ser activo.

El primer paso de Spinoza hacia la libertad es llevar a las emociones ante el tribunal de la razón. "Considerar las acciones y los deseos humanos", escribe, "como si estuviera manejando líneas, planos y sólidos". En la Ética presenta una teoría según la cual todas las emociones que experimentamos -amor y odio, orgullo y humildad, asombro y consternación, etcétera- pueden analizarse en función de tres conceptos básicos: el placer, el dolor y el conatus. El conatus es un impulso o deseo -en esencia, el deseo de persistir en el propio ser. Cada persona -y, en realidad, cada roca, cada árbol, cada una de las cosas del mundo- tiene el conatus de actuar, vivir, autopreservarse y realizarse persiguiendo su propio interés (o "ventaja"). El "placer" es el estado que resulta de cualquier cosa que contribuya al proyecto de dicho conatus, esto es, de cualquier cosa que aumente el poder de una cosa o su nivel de "perfección"; y el "dolor" es el estado que resulta de cualquier cosa que hace lo contrario, es decir, que disminuye el poder de una cosa."

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