jueves, febrero 03, 2011

La llegada de la modernidad (6)

El hereje y el cortesano de Matthew Stewart (p. 141)

"Leibniz tenía don de gentes. Al igual que Spinoza, hacía amigos fácilmente, y de hecho, los dos filósofos compartieron bastantes amigos. Leibniz también creía que nada es más útil a un ser humano que otro ser humano -o, para decirlo con las palabras de Spinoza, que "el hombre es un Dios para el hombre". Pero Leibniz, evidentemente, no creía, como Spinoza, que sus amigos tuviesen que ser "hombres de razón". Al contrario, Leibniz esperaba que sus amigos fuesen capaces de hacer algo por el mundo (y tal vez por él, también). El poder -tanto el poder político bruto de los muchos duques y príncipes con los que se relacionaba, como el poder intelectual de los amigos que tenía en la Iglesia y la Academia- era el atributo que más probabilidades tenía de conquistar el afecto de Leibniz.

Por el bien de la humanidad, de hecho, las cosas no podían haber sido de otro modo. Leibniz explica el por qué a su querido duque de Hanover: "Dado que es de los grandes príncipes de quienes podemos esperar remedios para los males públicos, y dado que ellos son los instrumentos más poderosos de la divina benevolencia, ellos son necesariamente amados por todos aquellos que tienen sentimientos desinteresados y que no miran solamente por su felicidad sino por la de la gente en general".

El nombre más apropiado para la clase de gente a la que Leibniz deseaba conocer es el que se dio a sí mismo: "gente excelente". La gente excelente incluía a los que lo son por nacimiento y a los que llegan a serlo en virtud de su talento y sus logros. Los más excelentes de todos, a los ojos de Leibniz, tendían a ser aquellos que combinaban un árbol genealógico noble con un gran intelecto -hombres como Antoine Arnauld, Christiaan Huygens y, pronto, Walther Ehrenfried von Tschirnhaus."

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