miércoles, marzo 23, 2011

La llegada de la modernidad (37)

El hereje y el cortesano de Matthew Stewart (p. 243)

"La intervención de Dios en la resolución del problema mente-cuerpo es tan maravillosa, añade Leibniz, que constituye otra prueba de su existencia y su bondad. La prueba pertenece a una antigua tradición teológica, una tradición que experimentó un recrudecimiento en el siglo XVII pero que de algún modo había estado ardiendo desde siempre en las brasas de la imaginación humana. La pregunta de Leibniz -¿Cómo es que las mónadas consiguen llevarse tan bien?- es una generalización a partir de una serie de preguntas mucho más simples que se habían planteado muchas veces anteriormente: ¿Cómo es que las manzanas tienen el tamaño apropiado para nuestras bocas? ¿Cómo es que el agua que necesitamos para vivir cae con tanta abundancia del cielo? Con unos ligeros cambios de vocabulario, el mismo tipo de preguntas pueden oírse en algunos lugares incluso hoy: ¿Cómo es que los parámetros aparentemente arbitrarios de las leyes físicas del universo, preguntan algunos, están ajustados precisamente de acuerdo con los valores que hacen posible la vida en el universo? ¿Cómo pueden fenómenos tan complejos como la vida inteligente ser el resultado de un proceso evolutivo que no tiene propósito ni diseñador? El argumento de que solamente Dios puede dar cuenta de desarrollos tan improbables como una manzana del tamaño de nuestra boca, de unas constantes cosmológicas tan complacientes, de la vida inteligente y de la armonía preestablecida, se denomina generalmente 'el argumento del diseño'. Spinoza, Hume, Kant y otros muchos filósofos han señalado desde hace tiempo que la lógica del argumento dista mucho de ser convincente: establece una probabilidad, no una certeza; y la probabilidad de un acontecimiento que es absolutamente único es, en cualquier caso, indefinible. Pero, como Leibniz supo ver, las sutilezas meramente lógicas no logran disminuir el imperecedero atractivo del argumento."

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