Una columna inesperada hoy en El Tiempo la de Alberto Mendoza Morales
Alguien dijo que en la misma medida que seamos capaces de tener conciencia de la historia más lejana, mejor podremos anticipar hacia dónde nos dirijimos
Isaiah Berlin, el historiador de las ideas, dijo (de la especie, la humanidad) "Flotamos en un barco sin capitán, e ignoramos dónde está el puerto. Hay que seguir, pues, navegando."
Edward O. Wilson, el entomólogo, el científico, dijo a su vez (de la especie, la humanidad) "El primer dilema, en una palabra, es que no tenemos un sitio particular a donde ir. La especie carece de cualquier objetivo externo a su propia naturaleza biológica. Pudiera ser que en los próximos cien años la humanidad ensarte las agujas de la tecnología y la política, resuelva las crisis de energía y materiales, evite la guerra nuclear y controle la reproducción. El mundo puede por lo menos tener la esperanza de un ecosistema estable y de una población bien alimentada. ¿Y qué otra cosa?. En todas partes, la gente educada desea cree que más allá de las necesidades materiales está la satisfacción y la realización del potencial individual. ¿Pero qué es la satisfacción, y hacia qué fines puede orientarse el potencial?..... Así, el peligro implícito en el primer dilema es la rápida disolución de los objetivos trascendentales hacia los cuales las sociedades pueden orientar sus energías. Estos objetivos, los equivalentes morales de la guerra, se han desvanecido; se fueron uno a uno, como espejismos, a medida que nos aproximábamos. Para buscar una nueva moral basada en una definición más verídica del hombre es necesario mirar hacia el interior, disecar la maquinaria de la mente y volver sobre su historia evolucionista. Pero ese esfuerzo, según creo, pondrá al descubierto el segundo dilema que es la elección que debe hacerse entre las premisas éticas inherentes en la naturaleza biológica del hombre.
En este punto permítaseme establecer en términos breves las bases del segundo dilema, en tanto que dejo los argumentos en su favor para el siguiente capítulo: en el cerebro existen censores y motivadores innatos que afectan profunda e inconscientemente nuestras premisas éticas; a partir de estas raíces, la moral surgió como instinto. Si esta percepción es correcta, la ciencia tal vez pronto esté en posición de investigar los mismos orígenes y significados de los valores humanos, de los que surgen todos los pronunciamientos éticos y gran parte de la práctica política."
Y Michel Houellebecq (Las Partículas Elementales, Anagrama 1999), el escritor, de quienes dice Diana Uribe certeramente son los que más profundo "bucean", dijo (de la especie, la humanidad) "La creación del primer ser, el primer representante de una nueva especie inteligente creada por el hombre "a su imagen y semejanza", tuvo lugar el 27 de marzo del 2029, justo veinte años después de la desaparición de Michel Djerzinsky. En homenaje a él, y aunque no había ningún francés en el equipo, la síntesis se llevó a cabo en el laboratorio del Instituto de Biología Molecular de Palaiseau. La retransmisión televisiva del acontecimiento tuvo, por supuesto, un enorme impacto; un impacto que sobrepasó con mucho el que había tenido, una noche de julio de 1969, casi sesenta años antes, la retransmisión en directo de los primeros pasos del hombre sobre la Luna. Antes del reportaje, Hubczejak pronunció un discurso muy breve en el que, con la franqueza que era habitual en él, declaraba que la humanidad debía sentirse orgullosa de ser "la primera especie animal del universo conocido que había organizado por sí misma las condiciones de su propio relevo".
Ahora, casi cincuenta años después, la realidad ha confirmado ampliamente el tenor profético de las palabras de Hubczejak; hasta un punto que seguramente él no habría sospechado. Quedan algunos humanos de la antigua raza, sobre todo en las regiones sometidas durante mucho tiempo a la influencia de las doctrinas religiosas tradicionales. Sin embargo su tasa de reproducción disminuye todos los años, y su extinción parece inevitable. En contra de todas las previsiones pesimistas se están extinguiendo con serenidad, a pesar de algunos actos de violencia aislados cuyo número disminuye constantemente. De hecho, asombra ver la dulzura, la resignación y tal vez el secreto alivio con que los humanos aceptan su propia desaparición.
Hemos roto el vínculo filial que nos unía a la humanidad, y estamos vivos. Según los hombres, vivimos felices; cierto que hemos sabido superar los impulsos, para ellos insuperables, del egoísmo, la crueldad y la ira; de todos modos, vivimos una vida distinta. La ciencia y el arte siguen existiendo en nuestra sociedad; pero la búsqueda de la Verdad y de la Belleza, menos estimulada por el aguijón de la vanidad individual, tiene un carácter menos urgente. A los humanos de la antigua raza, nuestro mundo les parece un paraíso. De hecho, a veces nos damos a nosotros mismos - de manera, eso sí, ligeramente humorística - ese nombre de "dioses" que tanto les hizo soñar.
La historia existe; se impone, reina, su dominio es inevitable. Pero más allá del ámbito histórico, la ambición última de esta obra es saludar a esa especie infortunada y valerosa que nos creó. Esa especie dolorosa y mezquina, apenas diferente del mono, que sin embargo tenía tantas aspiraciones nobles. Esa especie torturada, contradictoria, individualista y belicosa, de un egoísmo ilimitado, capaz a veces de explosiones de violencia inauditas, pero que sin embargo no dejó nunca de creer en la bondad y en el amor. Esa especie que, por primera vez en la historia del mundo, supo enfrentarse a la posibilidad de su propia superación; y que unos años más tarde supo llevarla a la práctica. Ahora que sus últimos representantes están a punto de desaparecer, nos parece legítimo rendirle este último homenaje a la humanidad; un homenaje que también terminará por borrase y perderse en las arenas del tiempo; sin embargo, es necesario que este homenaje tenga lugar, al menos una vez. Este libro está dedicado al hombre."