viernes, abril 08, 2011

La llegada de la modernidad (48)

El hereje y el cortesano de Matthew Stewart (p. 287)

"Probablemente la mejor forma de resumir la posición problemáticamente autotrastornante de Leibniz es decir que era un spinozista que no creía en el Dios de Spinoza. Una consecuencia lógica de esta posición, por supuesto, es precisamente aquella hacia la que Leibniz tendía siempre que intentaba distinguirse de Spinoza, a saber, la de que Dios no existe. El autor del sistema de la armonía preestablecida se pasó toda la vida tildando de ateo al autor de la Ética; pero fue Leibniz quien navegó más cerca de las procelosas aguas del descreimiento.

Todo ello nos deja en una posición mejor para entender, en términos generales, lo que ocurrió durante estos ventosos días de noviembre de 1676 -aunque los detalles del caso permanezcan para siempre fuera de los límites de nuestro conocimiento. En un sentido filosófico y también en un sentido literal, Spinoza le abrió la puerta a Leibniz. Le reveló a su visitante una realidad que, a todos los efectos prácticos, el joven reconoció como el mundo en cuyo interior situaba su propia filosofía. Para decirlo de una forma franca y en cierto modo brutal, le mostró a Leibniz lo que significa ser un filósofo moderno. Pero Leibniz no contempló esta realidad del mismo modo que Spinoza. Al contemplar los ojos negros como el ópalo de su anfitrión no encontró una nueva divinidad. Vio la muerte de Dios. Su filosofía fue en muchos sentidos un intento de cerrar una puerta que hubiera deseado que no se hubiera abierto nunca. Pero era demasiado tarde: ya había cruzado el umbral y estaba al otro lado."

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